Vie. Abr 26th, 2024

Las madres no son madres solamente del cuerpo, sino también del alma, pues aunque no generan el componente espiritual de la persona de sus hijos, son madres de la totalidad de la persona de sus hijos, es decir tanto del cuerpo, como del alma de sus hijos. No solo de una parte.

 

La Santísima Virgen María concibió a una persona. Como Jesús es una “Persona Divina” con dos naturalezas (humana y divina), por lo tanto, sabemos que María es verdaderamente «Madre de Dios». Sin embargo, hay que aclarar que, a pesar de ser Madre de Dios, María no es su madre en el sentido de que ella sea la fuente de la divinidad de su Hijo o que ella sea mayor que Dios.

 

Afirmamos con propiedad que María es Madre de Dios, porque llevó en su vientre a una Persona Divina, Jesucristo-Dios, y en el sentido que de ella se tomó el material genético para la forma humana que Dios tomó en Jesucristo. Si no entendemos que María es la madre de Dios, entonces es muy fácil caer en el tipo de herejía de Nestorio, de que Jesús era simplemente un hombre que Dios usó, o que era una humanidad que Dios asumió lo que María dio a luz.

 

San Josemaría nos recordaba que la Maternidad divina de María es la raíz de todas las perfecciones y privilegios que la adornan. Por ese título, fue concebida inmaculada y está llena de gracia, es siempre virgen, subió en cuerpo y alma a los cielos, ha sido coronada como Reina de la creación entera, por encima de los ángeles y de los santos. Más que Ella, solamente Dios.

 

La Santísima Virgen, por ser verdadera Madre de Dios, posee una dignidad en cierto modo infinita, del bien infinito que es Dios. No hay peligro de exagerar. Nunca profundizaremos bastante en este misterio inefable; nunca podremos agradecer suficientemente a Nuestra Madre esta familiaridad que nos ha dado con la Trinidad Beatísima.

 

 

Fuente: Catholic Link  

Redacción: Natalia Monroy