Jue. May 2nd, 2024

En una era marcada por avances significativos en diversas áreas como la autonomía personal, los derechos humanos, la tecnología y la medicina, aún nos enfrentamos a desafíos persistentes que afectan el tejido de nuestras sociedades. La corrupción, la discriminación, y un creciente sentido de desesperanza y emociones negativas continúan siendo realidades palpables en nuestro mundo contemporáneo.

Estos retos pueden parecerse a una lucha perpetua entre virtudes y vicios, entre el amor y la indiferencia, entre la verdad genuina y las meras apariencias, entre el buen espíritu y el mal espíritu. En este contexto, no es raro sentirse abrumado y desanimado. ¿Te has sentido alguna vez atrapado en esta fractura de la realidad, sumido en la desesperanza?

En momentos así, es común que emociones como el miedo, la ansiedad, la impotencia, el desánimo, el vacío, la vergüenza y la culpa parezcan consumirnos. Sin embargo, hay caminos para enfrentar estas emociones oscuras y encontrar luz en medio de la desolación.

San Ignacio de Loyola, en sus Ejercicios Espirituales, identificó dos estados fundamentales en la vida espiritual: consolación y desolación. La consolación es un estado de gracia, un regalo de Dios, donde el espíritu se siente inflamado por la fe, la esperanza y el amor. La desolación, por otro lado, es el estado opuesto y puede surgir por diversas causas, incluyendo la falta de oración, las tentaciones del mal espíritu o como una prueba divina.

La vida y experiencia de San Ignacio subrayan la importancia del discernimiento espiritual, una práctica esencial para distinguir entre lo que proviene de Dios, lo que es fruto del mal espíritu, y lo que emana de nuestro propio ser.

El primer consejo ignaciano para estas situaciones es, por tanto, el discernimiento: una tarea esencial para cualquier cristiano que busca aprender a reconocer la voz del Buen Pastor. Este discernimiento implica no confundir la voz de Dios con las voces de nuestro ego o del mal espíritu. La práctica del discernimiento nos guía en nuestro camino espiritual, ayudándonos a navegar a través de las aguas a menudo turbulentas de nuestro tiempo.