Vie. Abr 26th, 2024

Se hace especial el llamado a la conversión, llamado que no es solo de este tiempo, sino de toda la vida del hombre. 

Es algo así como la preparación para la carrera de la cual nos habla san Pablo en 1 corintios 9, 24-27, una carrera para obtener la corona que no se marchita: la salvación. 

San Ambrosio en su carta a Oronciano, decía: «La tierra es la preparación para el hombre, el cielo es la corona».

Haciendo alusión al constante llamado que tenemos de luchar contra el pecado y emprender caminos de conversión que nos lleven verdaderamente al cielo, al encuentro con Dios, a lo que santo Tomás de Aquino llama: «la visión beatífica».

1. «Convertíos y creed en el Evangelio» Mc 1, 15

La primera conversión consiste en volver a creer, pero creer de verdad. Una fe que se arraiga y se hace cada vez más firme, una fe que sabe comprender todo, aún lo difícil, como parte de la historia de salvación de cada hombre. 

Creer en el Evangelio, comprendiendo que esto es creer en Jesús, en su Palabra. Pero también en su obra y en su persona, y con ello, creer en su constante llamada a rechazar el mal y hacer siempre el bien, amando a Dios y al prójimo. 

Esta conversión implica volver a mirar lo más profundo de cada uno, ¿qué hay allí que no cree?, ¿qué tengo en mi corazón que no se ha abierto al Evangelio?

Es necesario cambiar la ruta, entrar en nosotros mismos y descubrir aquello que no nos permite encaminarnos hacia el Reino de Dios.

Reino que ya ha llegado con Jesucristo, que se hace siempre nuevo con su llamado y que no es otra cosa que la experiencia de Dios que se ha hecho uno con nosotros hasta el punto de asumir nuestra condición y desde ella, darnos la salvación.

2. «Quien se haga pequeño como este niño, ese es el más grande en el Reino de los cielos» Mt 18, 1-5

¿Qué es la conversión? 3 momentos en que Dios llama

La manera de convertirnos es la de volver a ser niños, ¡qué interesante! Volver a ser como niños en medio de una sociedad que lucha para que los más pequeños se conviertan cada vez más rápido en adultos y dejen la inocencia de su incipiente edad. 

Los apóstoles se han acercado a Jesús con una pregunta un poco atrevida, pero que no se aleja de nuestra propia manera de pensar y actuar: «¿Señor quién es el más importante en el Reino?».

No sería descabellado pensar que esperaban que Jesús dijera que uno de ellos. Algo así como cuando pensamos: «Es que yo sí hago oración todas las noches», «hago ayuno de vez en cuando, en cambio tal persona no lo hace, o no sabe orar…».

E irónicamente nos sentimos «importantes». Pero entonces Jesús llega, nos mira como solo Él sabe mirar, con absoluto amor, y nos dice: «Quien es como un niño, es el más importante». 

Creo que los apóstoles, así como nosotros, quedaron con la boca abierta, pensando ¡wow! de verdad Jesús está loco, fuera de sí (cf. Marcos 3,21). Pero en realidad somos nosotros los que no entendemos.

Jesús nos está recordando que para alcanzar el cielo hay que ser como niños inocentes para los cuales poco o nada importan los primeros puestos. 

Hay que volver a vivir la vida como una aventura, ¡como una apasionante búsqueda de Jesús! Volver a ser como niños es volver al momento preciso en el que nos encontramos cara a cara con Jesús y le escuchamos decir: «Sígueme» (Mateo 9, 9).

Esta es la conversión que implica el abandonar la idea de que soy el centro, y recordar que el centro es Jesús. Consiste en un re-centrarnos en Cristo, volviendo la mirada, la atención, la vida en Jesús.

3. «Sé todo lo que haces. No eres ni frío ni caliente…»

«Sé todo lo que haces. No eres ni frío ni caliente. ¡Sería bueno que fueras lo uno o lo otro! Como eres tibio, no frío ni caliente, te voy a escupir de mi boca. […] Yo corrijo y castigo a los que amo. Así que, esfuérzate y cambia» Ap 3, 14-22.

¡Qué fuertes suenan estas palabras! La tercer manera de conversión es la conversión de la mediocridad, de la tibieza de fe. Esta es la conversión que nace del sentirme insatisfecho por mi no firmeza.

De mi falta de constancia en el proceso de fe y de conversión, pero también es el combate para dejar la pereza, el conformismo, la falta de compromiso y seriedad. 

Para esta conversión, es necesario abrirse a la unción del Espíritu, dejarse llenar absolutamente por Él.

Volviendo a la carrera de la cual nos habla san Pablo, es ser constantes en la preparación y marchar a paso firme para obtener la corona, la vida, la salvación.

Pensemos en que el deportista que es inconstante en su entrenamiento, que no toma la seriedad debida en su preparación, es aquel que en la carrera ocupará los últimos lugares.

Así mismo es la vida de la fe, la carrera del cristiano requiere de esfuerzo. El conformismo, la tibieza, la pereza, nos llevan a quedarnos relegados en el camino de conversión y en repetidas ocasiones, a perder la corona anhelada.  

Por tanto, es necesario tener coraje y valentía, pero esto solo se logra con la apertura al Espíritu de Dios. Este proceso implica morir a sí mismo y vivir para el Reino de Dios, es decir, morir al mundo y resucitar para Cristo. 

No olvidemos que en este camino contamos con el auxilio de Dios, que con su misericordia nos mueve a la conversión verdadera, como apoyo en la construcción de una vida virtuosa y piadosa.

Así como decía Teodoro de Mopsuestia, «el diablo es golpeado por medio del éxito de la virtud, la piedad y la templanza».


 
Fuente: catholic-link