Mié. Abr 24th, 2024

Comenzar con momentos de oración no es tan complicado. Lo que más agrada a Dios de nuestros ratos de oración es la buena voluntad de acompañarlo, nuestra simple presencia y compañía. Los santos son los primeros que nos recomiendan ver virtuosos para tener vida de oración. Santo Tomás recalca que para la contemplación se necesitan de las virtudes morales, para poder profundizar en la oración.

 

La oración nos ayuda a llegar al cielo, es un camino de santidad. Y para hacer oración mental, son necesarias las virtudes. A la vez, la oración nos hace virtuosos. En este artículo vamos a intentar buscar algunas formas de lograr esta relación entre virtudes y oración, buceando en la Biblia y el sentido común.

 

¿Cómo seguir a Jesús adónde Él vaya?

Un episodio de la vida del Señor nos enseña que debemos estar preparados para seguir al Señor con perseverancia. Seguir a Cristo implica incomodidad, luchar contra la desilusión y, muchas veces, vencer la pereza o el cansancio. Entre las virtudes, la fortaleza es fundamental para la oración, nos permite seguir a Jesús sin depender de las condiciones cambiantes de nuestra vida y de nuestro entorno. No querer conformarse con menos que con la felicidad del Cielo puede sostener el necesario combate cotidiano que permite seguir a Jesús “adonde quiera que vaya”, eso es la fortaleza.

 

Sensatez y templanza: dos virtudes indispensables

“Sean sensatos y sobrios para dar a la oración”. Para ser sobrios hay que vivir la templanza, que es poder gozar más, nunca menos, de las cosas espirituales y de las cosas materiales. Solo con esta actitud serena seremos suficientemente valientes para superar la inquietud ante el aparente silencio y soledad de la oración. Ningún recurso que empleemos al orar sustituye al impulso genuino de tratar a Dios de “tú a tú”, la decisión libre y discreta de decirle un “te quiero” insustituible, que nadie más puede decir en nuestro lugar.

 

El secreto para ver a Dios

“Bienaventurados los de corazón limpio, pues ellos verán a Dios”. Un corazón limpio es sinónimo de la honestidad que se expresa queriendo vivir en la gracia de Dios, sin ofender y conservando una conducta que sea buena en intención y acción. Ser constante en la oración es exclusivamente asequible al que se esfuerza por tener un corazón casto. La templanza ayuda a encauzar nuestra oración, pues el acto de orar no implica someter a Dios a nuestros deseos ni pretender que Dios cambie de opinión.

Podemos ver a Dios si tenemos los ojos del alma bien abiertos. Su oración es como el amarre. Es el hombre en el bote el que se mueve, no la roca. Por eso nuestra oración no cambia a Dios, nos transforma a nosotros mismos. Nos acerca a Dios, como el hombre de la barca, que se acerca a la roca tirando de la cuerda.

 

Perseverar, perseverar…

Sean perseverantes en la oración. Por supuesto, la oración ha sido difícil en todas las épocas. En todos los tiempos los santos nos han recomendado ser perseverantes en la oración. En nuestra oración, debemos pedir con frecuencia y fervor el aumento de virtudes, como la humildad, la misericordia, la paciencia, la bondad, la fortaleza o la prudencia.

 

 

 

Fuente: Catholic link
Redacción: Natalia Monroy