Vie. Abr 26th, 2024

De seguro tienes algún recuerdo de retiros, horas de adoración, de oración frente al Santísimo, rosarios, estampas, suspiros y lágrimas pidiendo a Dios que te muestre cuál es Su Voluntad para tu vida.

Piensas, en esos ratos, que, una vez que veas claro qué es lo que Dios te pide, tu vida adquirirá nuevos colores. Una nueva luz. Plenitud máxima, al momento.

Si ocurre esto, ¡gloria a Dios! Pero… también puede darse otro caso.

Quizás sientes ganas de decirle: “Oye, vine a rezar, quiero ser bueno, pero… no me atrae eso que me muestras. ¿Hay un plan B? ¿Otra opción? ¡Muéstrame el menú, yo hago el pedido!”.

Ama al Dios de las cosas más que a las cosas de Dios

A veces tenemos un plan que se nos ocurre como algo bueno, noble, que incluso podría ayudarnos a servir mejor a Dios. Pero corremos el riesgo de enamorarnos más del plan, que de Quien nos lo propone. Entonces, si Él comienza a llevarnos, por otro lado… nos frustramos. Queremos decir “sí” a Dios, ¡y darnos del todo!, pero con nuestras condiciones.

Acéptalo: puede que nunca te guste el plan de Dios plan De Dios

¿Qué? ¡Suena a herejía! Pero es cierto. El “gusto” es algo muy volátil, y muy superficial. Hay cosas que “gustan” y acaban por empachar. Y muchas otras que hacemos por elección – sin caer en un voluntarismo mecánico -, con total convicción de que lo “queremos”.

“Querer” algo, “amar” algo, “gustar” algo, son cosas muy distintas. Aunque sensiblemente algo no nos guste, podemos llegar a quererlo: escogerlo. Y luego dar un paso y un salto más alto, y amarlo.

Pero… ¿Se te ha ocurrido pedirle a Dios que “te guste” el plan?

A pesar de lo dicho más arriba, no está mal desear que también te guste el plan de Dios. Y, si de nuestra parte poco o nada podemos hacer para que algo comience a gustarnos, de Su parte sí se puede hacer algo. Podemos pedir a Dios Su gracia para descubrir en Su invitación un camino que también nos guste. Podemos pedirle que nos ayude a ver aquellos aspectos que se identifican con nuestras inclinaciones.

Acude a la Virgen y a San José

La Virgen deseaba entregarse a Dios en cuerpo y alma… pero luego, Dios le explica de qué manera se concretará esa vocación. Más tarde, se entera de nuevos detalles del camino que le tocará recorrer, con el alma atravesada por el dolor. Y San José, ¡cuánta paciencia, cuánta obediencia, y cuánta docilidad! Sus planes cambiaban una y otra vez; una y otra vez Dios le invitaba a corregir el rumbo, yendo a direcciones distintas a las que él pensaba. Pero ambos, aunque sus vidas resultaron diferentes de las que creyeron en un primer momento: ¡vivieron junto a Jesús! Más cerca que nadie, que ningún otro santo.

Pueden darse distintas situaciones. Una, en la que inicias un recorrido que entiendes que Dios desea para ti y en el que te sientes a gusto. Pero ¡el «sí» no se da de una vez para siempre! Se renueva a diario. Porque, con el tiempo, Él va manifestando las distintas implicancias de Su llamada. Arrojando un poco de luz sobre las esquinas que no habíamos visto.

Algunas cosas nos gustarán, otras no, otras nos frustrarán, otras nos harán sonreír… como en todo viaje, hay distintas vistas.

Encuentra la paz

Ten paz: Dios no dirá “no te gustó mi plan, ahora te quedas sin nada”. Él nos acepta cada vez que volvemos a Él. Nos hace nuevos. “Recalcula” la dirección, nos propone nuevos horizontes.

También puede darse algún caso en el que has asentido a la invitación de Dios y a todo lo que Él sugería. Pero, por distintas situaciones externas a nuestra voluntad, las decisiones de otras personas, accidentes, etc. Ese plan en el que tan a gusto estábamos, se modifique. Y, de nuevo, aparece el “recalculando”.


Fuente: Catholic Link