Vie. Abr 26th, 2024

Así como nosotros, la Virgen María también sufrió muchos momentos difíciles a lo largo de su vida. Momentos de indescriptible dolor que fácilmente la hubieran podido hacer caer en la ansiedad o la hubieran paralizado delante de situaciones incomprensibles.

 

Pudo haber perdido las fuerzas para caminar debido a la fatiga por tantas situaciones de tribulación. ¡Pero no sucedió así! Y nosotros podríamos pensar que, por ser la Virgen María, tuvo una vida «linda», una que todos quisiéramos vivir.

 

María aprendió, a lo largo de toda su vida, a vivir una profunda paz y serenidad, ante circunstancias que, para nosotros, serían causa de mucho, mucho estrés y ansiedad. La gran pregunta es: ¿cómo lo hizo?

 

Una vida llena de tribulaciones

Tan solo una mirada rápida sobre su vida nos muestra las extremas tensiones que debió sufrir. Recordemos cuando san José decide hacerse a un lado, por no comprender su embarazo. Cuando se ve obligada, en un momento tan delicado como el nacimiento, a permanecer en un establo.

 

Cuando huye a Egipto —abandonando todo— por la persecución de Herodes, o cuando sufre aquellos tres días, en los que no sabía dónde estaba su hijo. Tuvo que soportar trampas, humillaciones, difamación, toda clase de dolor hasta el momento trágico de la crucifixión.

 

Sostuvo la tristeza y desesperanza de los mismos apóstoles luego de la crucifixión, así como ese tiempo previo a Pentecostés. En fin, una mujer que —como un dice el dicho— tuvo que «sudar la gota gorda». ¡Cualquiera se hubiera enloquecido con tanto sufrimiento!

 

¿Qué es lo que le permitió permanecer siempre de pie, confiada e incluso, sosteniendo a los apóstoles en los momentos más oscuros de tribulación?

 

¿De dónde sacaba fuerzas la Virgen María?

 

De entre tantos títulos con los que conocemos a la Virgen, uno que tiene profundísimo significado es el de «Virgen fiel». Veamos qué significa esta fidelidad de María, cuáles son sus dimensiones y de qué manera pueden ayudarnos a no ser presa fácil del estrés y la ansiedad.

 

«Fidelidad», según el diccionario de la Real Academia Española, tiene dos acepciones fundamentales: «lealtad, observancia de la fe que alguien debe a otra persona» y «puntualidad, exactitud en la ejecución de algo».

 

Espiritualmente hablando, podríamos resumirlas, diciendo que María supo vivir siempre con la fortaleza que le brindaba la fe en su Hijo Jesús.

 

Para profundizar en esa fidelidad de la Virgen, te recomiendo leer el discurso que dio el santo Papa Juan Pablo II, en una visita que hizo a México, allá por el año 1979.

 

Allí se mencionan estas cuatro dimensiones que pueden ayudarnos a combatir el estrés y la ansiedad, porque… seamos sinceros, para superar este tema necesitamos un empujoncito celestial.

 

Primera dimensión: búsqueda

 

No hay fidelidad, si no vivimos una actitud ardiente, paciente y generosa de búsqueda. Ante tantas dificultades y contrariedades que vivimos en la vida, existe una pregunta fundamental para la cual solo Dios es la respuesta: ¿qué quieres de mi vida Señor?

Mientras no tenemos claridad sobre el sentido de nuestra vida, fácilmente nos vemos perdidos entre la maraña de responsabilidades y quehaceres que vivimos todos a diario.

 

Si el estrés y la ansiedad son pan de cada día, pregúntale y pídele a Dios: ¿qué quieres que haga?, dime cómo superar esto que me causa tanto dolor, dame fuerza para afrontarlo y coraje para resistirlo.

 

Segunda dimensión: acogida o aceptación

 

Este «sí» que le decimos a Dios y a sus planes, es algo crucial en nuestra vida. Cuando aceptamos la dimensión misteriosa que abarca la nuestra, le damos un lugar importante en nuestro corazón a los designios de Dios.

 

Así como «María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón» (Lc 2, 19; cf. ib. 3, 15), nosotros también debemos dejar que el Espíritu habite en nuestros corazones.

 

Somos «templos del Espíritu». Habita en nuestro interior ¡Alguien! Sin embargo, exige nuestra aceptación. Cuanto más ensanchemos nuestro corazón, más espacio le damos a Dios en nuestra vida.

 

Déjate ayudar, dile sí a Dios cuando el estrés y la ansiedad te consuman. Ríndete ante María y dile con total sinceridad que no puedes más, que te acompañe, te consuele y te sostenga en este duro proceso.

 

Tercera dimensión: la coherencia

 

Vivir de acuerdo con lo que se cree. No permitir que haya una separación entre lo que decimos creer, y lo que vivimos en la práctica. Nunca olvidemos que: «Si no vivimos como pensamos, terminamos pensando como vivimos».

 

¡No es fácil! A veces implica vivir incomprensiones y sufrir persecuciones, puesto que vivimos en un mundo que está a espaldas de Dios, y no soporta ver a alguien que dice creer en Él.

 

Ver que alguien está dispuesto a cumplir la voluntad de Dios, cuestiona a cualquiera. Nadie quiere sentirse inseguro, viendo sus creencias puestas en duda.

 

Si tu fe se ha puesto a duda a causa del estrés y la ansiedad, si sientes que tambalea y que te cuesta creer que Dios es bueno o que te escucha. ¡Grita a Dios! Confiésale que aunque quisieras ser coherente con tu fe, te cuesta.

 

Que aunque rezas, no te sientes escuchado. Que aunque pides, no ves respuesta. Que aunque te esfuerzas, no ves cambios. Pídele a María que te haga un campito en su corazón y que te permita descansar allí.

 

Cuarta dimensión: la constancia

 

Es fácil ser coherente por un tiempo. Pero ser coherente toda la vida… eso es difícil. Cuando las cosas van «viento en popa», todo es bastante fácil, pero es a la hora de los problemas y tensiones de la vida, cuando nos cuesta permanecer fieles a nuestra adhesión al Señor y a María.

 

Hay prácticas fundamentales de la vida cristiana que nos ayudan mucho: la oración y el servicio. Por otro lado, aprender a asumir las dificultades y complejidades de la vida, como esas cruces que son parte de nuestras responsabilidades.

 

Entreguémosle a Dios todo lo que nos roba la paz o nos causa dolor. El estrés, la ansiedad, la soledad, la incertidumbre, pongamos todo en manos de María y descansemos en el consuelo que solo Nuestro Señor nos puede dar. ¡No dejemos de rezar!

 

 

Fuente: Catholic Link