«Falleció a las 2 de la mañana», mientras dormía, precisó el funcionario al dar parte del deceso de Lucile Randon, conocida como sor André, nacida el 11 de febrero de 1904 en la ciudad meridional francesa de Alès.
Sor André, en el último tramo de su vida, ciega y en silla de ruedas, no escondía desde hacía algunos años cierto cansancio y confesaba que su deseo era «morir pronto».
Pero «DIOS no me escucha, debe estar sordo», dijo con humor la mujer en una larga entrevista con la AFP en febrero del año pasado.
Nacida en el seno de una familia protestante no practicante, se convirtió al catolicismo a los 26 años y tomó los hábitos tardíamente, pasados los 40 en la congregación de las Hijas de la Caridad. Cuando se jubiló siguió ocupándose de otros jubilados, más jóvenes que ella.
«Se dice que el trabajo mata, pero a mi es el trabajo el que me hace vivir, pues trabajé hasta los 108 años», dijo en aquella ocasión la religiosa.
En el ancianato de Toulon le gustaban los chocolates y también degustar una copa de oporto.
Iba a misa cada mañana ataviada con su uniforme de religiosa, siempre con una tela azul cubriendo su cabello.
«Sentimos una gran tristeza, pero ella ya lo quería, su deseo era reunirse con su hermano adorado. Para ella, es una liberación», anunció a la AFP David Tavella, encargado de comunicación del ancianato Sainte-Catherine-Labouré de Toulon (sur), en la costa mediterránea donde residía.
Sor Teresa, otra de las residentes del ancianato, dijo en abril pasado que ella tenía como misión «ayudar a los otros» y que «su fe le daba fuerzas».
La puerta de su modesta habitación siempre estaba abierta para quien quisiera pasar a saludarla.
En 2021 contrajo Covid-19 y lo superó sin dificultades, por lo que recibió numerosas cartas de muchas partes del mundo, a las que respondía, salvo cuando le pedían pedazos de su cabello.
Bromeaba sobre el récord que debía superar, el de Jeanne Calment, muerta a los 122 años en Arles en 1997, en el sur de Francia que ambas compartieron.
Compartía muchos recuerdos gracias a su memoria intacta, conservada hasta el final. Entre ellos la pérdida dramática de su gemela Lydie a los 18 meses o su llegada a París.
Siempre esperaba con alegría la visita de sus sobrinos nietos o sobrinos bisnietos o la del alcalde de Toulon, Hubert Falco, a quien apreciaba mucho y quien expresó su «inmensa tristeza» por su muerte.
Fuente: Infocatólica