Vie. Nov 1st, 2024

Me parece que el solo pronunciar el nombre de Judas suscita en los cristianos una reacción instintiva de reprobación y de condena. Lo encontramos siempre citado entre los doce apóstoles. 

 

Además, se puede identificar con facilidad en cada uno de los evangelios, cosa que no cabe decir de todos los más cercanos seguidores de Cristo, ya que algunos no aparecen en los cuatro libros o se encuentran listados de una manera distinta. 

 

A Judas lo llaman todos los evangelios «Iscariote». Benedicto XVI nos cuenta que el significado de este apelativo, que es ya controversial: la explicación más común dice que significa «hombre de Keriot», aludiendo a su pueblo de origen, situado cerca de Hebrón y mencionado un par de veces en la Sagrada Escritura. 

 

Otros lo interpretan como una variación del término «sicario», de modo que se estaría haciendo alusión a un guerrillero armado de puñal, llamado en latín «sica». Por último, no son pocos los que ven en ese apodo la simple trascripción de una raíz hebreo-aramea que significa: «el que iba a entregarlo». 

 

Autores sostienen que tanto Simón el Cananeo como Judas Iscariote pertenecían al grupo de los zelotes. Más que un partido organizado, eran un movimiento extremista de oposición a los romanos. El censo del Legado de Siria provocó una ola de indignación y de resistencia en Palestina. Estallaron revueltas en distintas partes. 

 

A estos dos apóstoles les debe haber atraído la figura del Mesías, que venía a cumplir con las profecías, libertador de su patria, que expulsaría a los invasores y restauraría el poder de Israel. 

 

El inicio de la deslealtad

 

Si leemos con detenimiento, da la impresión de que en la vida de Judas las cosas empezaron a ir mal, y la infidelidad se estaba gestando desde hace tiempo. Parecería que se siente de alguna forma defraudado. San Mateo hace referencia en dos ocasiones de «aquel que lo traicionaba». 

 

La traición en cuanto tal tuvo lugar en dos momentos: ante todo en su gestación, cuando Judas se pone de acuerdo con los enemigos de Jesús por treinta monedas de plata, y después en su ejecución con el beso que dio al Maestro en Getsemaní.

 

Pero, ¿por qué traicionó a Jesús?, no lo podemos saber con exactitud. Una teoría habla de la avidez por el dinero; a la posible envidia de los otros apóstoles. Otra línea sugiere una justificación de carácter mesiánico: habría quedado decepcionado al ver que Jesús no incluía en su programa la liberación político-militar de su país.

 

El demonio trabajando

Judas, ¿Por qué Judas Iscariote entregó a Cristo? Una reflexión sobre cómo opera el mal en nosotros

 

Dos evangelistas, Juan y Lucas, resaltan este segundo aspecto, la decepción hace mella en su corazón. San Juan anota que «el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo»; de manera semejante, Lucas alerta: «Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era del número de los Doce». 

Parecería que el demonio se fue introduciendo en Judas por alguna grieta de su voluntad y conduciéndole a la falta de fe y a la traición. Las cosas debieron producirse poco a poco, según la astucia de un ser inteligente y maligno, conocedor de que si muestra a la primera su rostro asusta, cuando está dentro del alma, produce la caída del tentado. 

No podemos dejar de pensar que siempre hay responsabilidad personal, que Judas en algún momento cedió a la tentación, pues solo ahí el demonio tuvo campo de actuación. 

 

La perversión del corazón

 

No siempre actuó mal. Recordemos que el mismo Jesús fue quien dio a Judas la autoridad de expulsar demonios, de sanar enfermos, y de predicar. Le llamó amigo y en la última cena le dio varias oportunidades de rectificar. Como cuenta esta meditación que puedes leer aquí.

 

Podría aparentar de que se trató de una traición repentina e inexplicable. Sin embargo, parece que la grave deslealtad fue la culminación de pequeñas traiciones. Sin querer juzgarle, puede servirnos para comprender el peligro de un enfriamiento progresivo del amor de Dios.

 

Todos somos conscientes de que las posibilidades de perversión del corazón humano son numerosas. Pero no suele ser un proceso violento, comienza lentamente. Es ceder una y otra vez. Sobre todo dejar que el corazón se decepcione, acepte un rencor o se instale un resentimiento, y así pasamos con facilidad a permitirnos opinar mal de los demás, malinterpretar sus intenciones, ver las cosas con suspicacia. 

 

Para poder prevenir este mal se debe evitar el desarrollo de una visión individualista, autónoma. Buscar ponerse siempre del lado de Jesús, asumiendo su punto de vista. Parecernos más a Él, opinar en positivo, salvar la intención, saber disculpar. Aceptar los planes de Dios, aunque vayan por caminos diversos a los soñados.

 

De los grandes males mayores bienes

 

La terrible acción de Judas llevó a Jesús a la muerte. Solo Él puede transformar este tremendo suplicio en un espacio de amor salvífico y en ofrenda de sí mismo al Padre. 

 

Revisando la etimología, descubrimos que el verbo «traicionar» proviene de la palabra griega que significa «entregar». «En su misterioso plan de salvación, Dios asume el gesto injustificable de Judas como ocasión de la entrega total del Hijo por la redención del mundo». 

 

Es algo similar a lo que vemos en la liturgia Pascual. La Iglesia proclama «Oh Feliz culpa». Canta con alegría del Pueblo de Dios porque, cuando nuestros primeros padres pecaron, el Verbo se hizo carne y redimió al género humano con su muerte, y resurrección, y nos concede el don del Espíritu.

 

Del terrible pecado de Judas, Dios saca el bien más grande para toda la humanidad: la salvación. Es nuestra redención la que se concreta con el beso del Iscariote en Getsemaní. Lo ha hecho de nuevo la Santísima Trinidad, y se cumple así hasta la última jota de las Sagradas Escrituras. 

 

Benedicto XVI nos hace ver lo más de fondo: «cuando pensamos en el papel negativo que desempeñó Judas, debemos enmarcarlo en el designio superior de Dios que guía los acontecimientos». 

 

Enseñanza para nosotros

 

Aunque podría parecer que fue una traición repentina e inexplicable: en la última Cena los demás discípulos no sospechan de Judas. Sin embargo, parece que el acto de Judas fue la culminación de pequeñas traiciones. 

 

La tibieza, como dice el Catecismo, es la vacilación o negligencia en responder al amor divino, y tiene varios síntomas. Los enumera San Josemaría, «eres tibio, si haces perezosamente y de mala gana las cosas que se refieren al Señor; si buscas con cálculo o “cuquería” el modo de disminuir tus deberes; si no piensas más que en ti y en tu comodidad; si tus conversaciones son ociosas y vanas; si no aborreces el pecado venial; si obras por motivos humanos (Camino, n. 331)». 

 

Por el contrario, dar importancia a lo pequeño, porque en los pequeños detalles es donde se manifiesta el encendimiento de nuestro corazón. Se lee en el Cantar de los Cantares: «Cazad las pequeñas raposas que destruyen la viña». Los pecados veniales hacen mucho daño al alma. 

Una buena forma será tener un espíritu de examen habitual, sincero y hondo, que nos lleve a descubrir y a dolernos sinceramente de los pecados veniales y de las faltas de generosidad.

 
Fuente: catholic-link