Jue. Abr 25th, 2024

La Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen es un día de alegría: nuestra Madre es elevada a los cielos. Dios ha vencido. El amor ha vencido. Ha vencido la vida. Se ha hecho patente que el amor es más fuerte que la muerte, que Dios posee la verdadera fuerza, y su poder es bondad y amor.

Después de estar en la tierra, primero cuidando de Jesús y luego velando por su Iglesia, María es recibida en el cielo. Se ha dormido la Madre de Dios. Están alrededor de su lecho los doce Apóstoles, Matías sustituyó a Judas. Y nosotros, por gracia que todos respetan, estamos a su lado también.

La Asunción de la Santísima Virgen y un poco de historia Asunción de la Santísima Virgen

Se trata de una fiesta muy antigua en la Iglesia, la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María fue fijada en el 15 de agosto en el siglo V, con el sentido de «Nacimiento al Cielo» o, en la más conocida en la tradición bizantina, como la «Dormición» de Nuestra Señora. Hay registros de que en Roma, la fiesta se celebra desde muy pronto, ya a mediados del siglo VII, pero tuvo que esperar hasta Pío XII, que el 1 de noviembre de 1950 proclamó el dogma dedicado a María asunta al cielo en cuerpo y alma.

Partiendo de la liturgia

Ya que no tenemos un pasaje en las Sagradas Escrituras del momento de la Asunción de la Santísima Virgen, la liturgia nos presenta en la primera lectura el Apocalipsis, la resplandeciente imagen de nuestra Señora elevada al Cielo en la integridad del alma y del cuerpo.

En el esplendor de la gloria celestial brilla la Mujer que, en virtud de su humildad, se hizo grande ante el Altísimo hasta el punto de que todas las generaciones la llamarán bienaventurada. Cómo explica esta meditación.

El Salmo proclama el papel de Reina de nuestra Madre: ¡De pie a tu derecha está la Reina, Señor!, repetimos como respuesta al Salmo 44. De hecho, después de 7 días de la Asunción, celebramos a María Reina. Ahora se halla como Reina al lado de su Hijo, en la felicidad eterna del paraíso y desde las alturas contempla a sus hijos. Con esta consoladora certeza, nos dirigimos a Ella y la invocamos pidiéndole por sus hijos: por toda la Iglesia y por la humanidad entera.

Seguir a María

María es primicia de los redimidos, es imagen de la Iglesia: por eso la Asunción es una gozosa afirmación de esperanza. Por nuestra fe nosotros creemos que también nosotros y el mundo en que vivimos caminamos hacia una transformación y glorificación como la que ya ha sucedido primero en María.

Ella ha recibido ya el fruto de su fe: dichosa tú, porque has creido. El Magnificat, su canto de fe en la acción transformadora de Dios, alumbra nuestra fe y aumenta nuestra esperanza. Ahora se sienta como Reina junto a su Hijo en la eterna beatitud del Paraíso, y desde lo alto mira a sus hijos. Brilla hoy como Reina de todos nosotros peregrinos hacia la gloria inmortal.

En Ella, llevada al Cielo, se nos manifiesta el eterno destino que nos espera más allá del misterio de la muerte: destino de felicidad plena en la gloria divina. Esta perspectiva sobrenatural sostiene nuestro peregrinar cotidiano. María es nuestra maestra de vida. Mirándola comprendemos mejor el valor relativo de las grandezas terrenas y el sentido pleno de nuestra vocación cristiana.

María, desde su nacimiento hasta su gloriosa Asunción a los Cielos, ha recorrido el largo itinerario de la fe, de la esperanza y de la caridad. Virtudes que florecieron en un corazón humilde y abandonado a la voluntad de Dios. Estas son las virtudes que el Señor pide a todo creyente.


Fuente: Catholic.link

Redacción: Natalia Monroy