Mar. Abr 23rd, 2024

Hoy te compartimos una reflexión sobre un tema que a menudo nos confronta en nuestras vidas: ¿la misericordia o la justicia?

La misericordia y la justicia son dos virtudes fundamentales en la enseñanza de nuestro Señor Jesucristo. Ambas son dones divinos que nos guían en nuestra relación con DIOS y con nuestros semejantes. Pero, ¿Cómo discernimos cuál es la que debemos aplicar en diferentes situaciones?

La justicia, por un lado, nos llama a hacer lo correcto, a aplicar las leyes y normas de manera imparcial, a buscar la equidad y el orden en nuestra sociedad. Es la columna vertebral de una comunidad justa y equitativa. Sin embargo, la justicia sola puede ser fría y dura si se aplica sin compasión ni comprensión.

La misericordia, por otro lado, nos llama a la compasión, al perdón, a la comprensión y al amor desinteresado. Jesús nos mostró el camino de la misericordia al perdonar nuestros pecados en la cruz. La misericordia nos recuerda que todos somos pecadores necesitados de la gracia de DIOS.

Entonces, ¿Cómo decidimos cuál es más importante en una situación dada? La respuesta no es sencilla, ya que depende del contexto. Pero podemos mirar al ejemplo de nuestro Señor. Jesús combinó la justicia con la misericordia. Él confrontó a los fariseos hipócritas con justicia, pero también mostró misericordia hacia la mujer adúltera. En última instancia, la justicia y la misericordia deben equilibrarse para reflejar el corazón de DIOS.

Hoy los invito a buscar ese equilibrio en sus vidas. Que podamos ser justos en nuestras acciones y decisiones, pero también misericordiosos en nuestros juicios y actitudes. Recordemos que todos somos beneficiarios de la misericordia divina, y nuestra misión es llevar ese regalo a los demás. Oremos para que DIOS nos guíe en cada elección que enfrentemos, para que nuestra vida refleje Su amor y compasión.

¿Cuál es la prueba a la que lo someten? Bueno, si Jesús decide defender a la pecadora y se pone de su parte, lo pueden acusar ante las autoridades religiosas, pues estaría en contra de la ley y, por lo mismo, de DIOS; si su decisión es en contra de ella y la condena, entonces sería acusado ante las autoridades romanas, únicas encargadas de ejecutar la sentencia, tratándose de la pena de muerte. Los tentadores creyeron que Jesús no tenía escapatoria.

Algunos intérpretes del texto afirman que Jesús aparenta no hacer caso, directamente, de la pregunta que le dirigen. Toma su tiempo y se agacha para escribir en el suelo. ¿Qué es lo que escribe que no dice el narrador del texto? Algunas conjeturas que han aparecido a través del tiempo son: unos piensan que escribió los pecados de los acusadores; otros que escribió textos del Antiguo Testamento, donde se acusa a los falsos testigos en contra de los acusados inocentes; otros más acuden al texto de Jeremías 17, 13, donde se dice: «los que te abandonan, fracasan, los que se apartan de ti, serán escritos en el polvo, porque abandonaron al Señor».

En este último caso, los nombres de los acusadores escritos en el polvo, serían barridos por el viento y, al recordar a Jeremías, los tales acusadores, se retiran sintiéndose culpables, también. Jesús sabe que las faltas cometidas no revelan la totalidad del corazón del hombre, y aquí la misericordia está por arriba de la justicia. Así que la invitación de Jesús a los escribas y fariseos y a nosotros, es a ver las cosas, con seriedad, desde nuestra responsabilidad humana.

Cuando Jesús dice: «El que esté libre de pecado que arroje la primera piedra…» apela a la universalidad del pecado de nuestros primeros padres. Nadie puede acusar a otro, porque todos somos pecadores, y en todo caso el que puede hacer justicia es DIOS, quien no se equivoca en sus juicios como nosotros los humanos. Acordémonos de la parábola del padre misericordioso y de sus dos hijos y de la necesidad de cuidarnos de condenar a ninguno. Eso jamás puede estar en la agenda espiritual de ningún católico verdadero.


Fuente: Catholic.net