Vie. Mar 29th, 2024

En la Celebración Eucarística tenemos la posibilidad de alabar a Dios con la oración. Tenemos que tener en cuenta que la alabanza es una donde quien se sabe colocar en su sitio y no pretender ser el Dios que merece ser alabado. “A Dios, el único sabio, por Jesucristo, ¡a él la gloria por los siglos de los siglos! Amén.” Rom. 16, 27.

 

Nuestra tendencia es constantemente la de ponernos en el lugar de Dios. La de entrenarnos como reyes de nosotros mismos. “Así dice el Señor Yahveh: ¡Oh!, tu corazón se ha engreído y has dicho: «Soy un dios, estoy sentado en un trono divino, en el corazón de los mares.» Tú que eres un hombre y no un dios, equiparas tu corazón al corazón de Dios.” Es por eso que la alabanza tiene una función de conversión. Con ella y gracias a ella ponemos nuestra mirada y nuestro corazón, una y otra vez en Dios. Se puede decir que vaciamos el trono para que se siente Él y desde ahí, desde nuestro corazón, reine. “Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos de los siglos.”

 

La alabanza, no es solo un tipo de oración. La alabanza es, sobre todo, un modo de vivir. A Dios le damos gloria con nuestra vida. Aquel que más ha agradado al Padre es Cristo, su Hijo. Lo dice en las palabras del bautismo en el Jordán: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco.”

 

Dios Padre se complace en su Hijo porque fue quien cumplió Su voluntad del modo más perfecto. “Entonces dije: ¡He aquí que vengo -pues de mí está escrito en el rollo del libro- a hacer, oh Dios, tu voluntad!”. Cumplir la voluntad de Dios es lo que lo hacía estar íntimamente unido a Él. La unión con Dios es una alabanza. Dios nos invita a ser uno en Cristo y siendo uno en Él podremos alabar al Padre celestial. “Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros.”. Somos uno con el Señor cuando vivimos unidos a Su querer. Es por eso que bendecimos a Dios y lo alabamos en nuestro día a día si estamos cumpliendo Su voluntad.

 

 

Fuente: Catholic.net

Redacción: Natalia Monroy