Sáb. Abr 20th, 2024

¿Quién no ha sentido en algún momento la necesidad de descansar? Después de un trabajo o un estudio prolongado, unas horas de sueño o unos días de vacaciones vienen de maravilla, y una concentración de la mente en un objetivo exigente se compensa con la distracción del deporte o un pasatiempo. Si nos fijamos con atención en nuestra vida, es necesario también un descanso más profundo; aquel que necesita el alma, que no se obtiene sólo con vacaciones o distracciones y que nos quitaría el peso de tanto desasosiego interior… ¡Eso es! El descanso que prometió Jesús a sus apóstoles:   Venid a mí, todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis reposo para vuestras almas. (Mt 11,28-29).

 

El Señor nos ha prometido una meta al final del camino. La lucha y el trabajo no serán en vano. Aunque parezca que la fatiga se alarga, y que no vemos colmada nuestra esperanza, al final Dios cumplirá sus promesas. Él llevará a término su obra en nuestro corazón y, una vez concluida, podremos descansar en él. Sólo tenemos que mantenernos unidos a su Palabra con la esperanza viva. No podemos permitir que con el tiempo y las preocupaciones se endurezca el corazón, como le pasó a Israel en el desierto (Sal 95, 8-11). Cada día tenemos que renovar nuestra intención de mantenernos en el camino de Dios, si queremos entrar finalmente en el lugar de descanso que Él nos ha reservado.

 

Pero Jesús quiere decir algo un poco diverso. Él habla de un reposo que los evangelistas describen con la palabra “anapausis”. Se trata de la serenidad que nos abre a un nuevo día y que se percibe en el silencio de cada amanecer. Es el reposo de la nueva creación que ha logrado morir en la cruz, bajando a los infiernos y alzándose del sepulcro. No fue en vano tanta fatiga. No acabó en el silencio de la muerte, sino que dio el paso a una nueva vida.

 

Este descanso se parece mucho al de las promesas cumplidas. Sin embargo, no es sólo la obra de Dios que llega a su fin en nosotros, sino también nuestro corazón que ha encontrado lo que buscaba con tanta inquietud. Porque la verdadera tierra prometida, esa que hace descansar lo más profundo del alma, no es ni un lugar ni una situación sin problemas: la tierra prometida es un Rostro, es una Persona divina que se ha hecho carne y que ha habitado entre nosotros.

 

Fuente: Catholick.net
Redacción: Natalia Monroy