Mié. Abr 24th, 2024

En nuestra sección de evangelización te compartimos te invitamos a descubrir ¿Cómo ponerle palabras a lo que habita mi alma? ¿Cómo encauzar las aguas de mi espíritu? ¿Cómo contener el fuego de mi interior?

 

Bullen en mi corazón mil sentimientos sin nombre. Tantos abrazos contenidos y palabras calladas.3

 

En ese mar inmenso de mi interior no sé cómo ponerle palabras a la vida. No sé si merece la pena hacerlo. Para entender mejor cómo seguir el camino, cómo emprender un nuevo viaje.

 

En la oscuridad no sé bien los pasos que dar. Cuando irrumpe el Espíritu en mi alma veo con algo más de claridad. Dice la Biblia:

 

«Esforcémonos por conocer al Señor. Bajará sobre nosotros como lluvia temprana, como lluvia tardía que empapa la tierra».

 

Quiero conocer más a Jesús, amarlo más. Quiero estar con Él. Leía el otro día:

 

«Para encontrarnos con Él no tenemos que salir del mundo, sino acercarnos a Jesús. Para conocerlo no hay que estudiar teología, sino sintonizar con Jesús, comulgar con Él».

 

Necesito acercarme más a Jesús en mi corazón, en mi vida cotidiana. Una pregunta surge en mi interior mirando este tiempo vivido:

«¿Qué hubiera hecho de forma distinta?». O quizás lo más fundamental:

 

«¿Para quién he vivido?».

Miro a Jesús en medio de mi vida detenida, cuando se abren caminos hacia una nueva normalidad. Me pregunto qué tengo que cambiar en mi interior, qué podía haber hecho de otra forma.

 

Tengo miedo y me asusta que todo siga como antes. Viene el Espíritu a mi vida y nada parece cambiar. ¿Por quién vivo?

 

Quiero amar a Jesús con todas mis fuerzas, pero veo con tristeza que nada es diferente en mi forma de ver la vida, en mi forma de darme y actuar.

 

Sólo soy uno más igual a todos en medio de un mundo masificado. Me siento tan humano, tan necesitado de redención…

 

Veo que todos mis miedos son comunes, mis pasiones parecidas y mis egoísmos compartidos con muchos.

 

Digo que llevo a Jesús en mi alma, pero tan solo lo tengo metido en mi cabeza, sólo algunas ideas y normas éticas que tengo que cumplir.

 

El Espíritu Santo no ha logrado vencer las barreras que cierran las puertas de mi corazón. He puesto demasiados seguros para vivir protegido sin que nadie altere mis planes.

 

Siento que muchas emociones viven en mi alma. No logro ponerles nombre ni darles un sentido, no encuentro una explicación que me convenza.

 

«Dios ha venido a habitar en el corazón humano, y sentimos un vacío interior insoportable. Dios ha venido a reinar entre nosotros, y parece estar totalmente ausente en nuestras relaciones. Dios ha asumido nuestra carne, y seguimos sin saber vivir dignamente lo carnal».

 

Es curioso este Jesús que quiere entrar dentro de mí y no logra cambiar mis categorías, mis principios, mi forma de pensar.

 

Yo me limito a encasillar a Dios en alguno de esos conceptos que me he creado. Lo limito en forma de normas asibles que puedo obedecer. Lo someto para que mi Dios sea manso.

 

Y a la vez le tengo miedo porque he puesto en Él sentimientos que yo albergo en mi alma. Quiero la perfección y digo que Dios es perfecto a mi manera. Amo la obediencia en los demás y digo que Dios sólo quiere que obedezca sus normas.

 

Me gusta el orden y el control y digo que Dios es un controlador perfecto que sueña con un orden donde nada esté fuera de su lugar.

 

Me olvido de esos rasgos de Dios que se me han desvanecido del alma. Olvidó su mansedumbre, su bondad, su humildad, su pobreza, su sencillez, su alegría, su misericordia.

 

Me importa más elogiar al que cumple que salvar al que se aleja. Vivo más feliz abrazando al puro que tratando de atraer al corazón de Dios al que ha pecado y se siente culpable.

 

Me entretengo peinando a las ovejas que tengo seguras antes que aventurarme a buscar a esa oveja perdida.

 

Intento cumplir con todas mis obligaciones antes de dejarme llevar por la fuerza del Espíritu que me conduce sin un rumbo claro y me libera de mis seguridades.

 

Vivo esperando a que vengan los que buscan a Dios en lugar de creer en un Dios que sale a buscar a los perdidos por los caminos, arriesgándose al rechazo y a la burla.

 

Quiero que el Espíritu de Dios cambie mi corazón herido. No para que deje de estar herido. Sino para que viva feliz en medio de sus límites, abrazando su propio pecado, alegre de poder tocar tanto amor en su vida cotidiana.

 

Quiero agradecerle a Dios ese cuidado suyo que no olvida mi nombre y pasa por alto todas mis ofensas. Me mira conmovido mientras me arrastro por la vida.

 

Antes de comprender la importancia del perdón, Él ya me ha perdonado. Yo no me perdono, pero Él ha creído en mí desde el comienzo.

 

Conoce mis miedos y emociones confusas. Sabe de mis planes retorcidos y egoístas. Ha visto el mal en mis ojos y en medio de su amor quiere que vuelva a vivir desde mis caídas.

 

Quiere que vuelva a creer en mí cuando yo mismo dejé de creer hace tanto. Viene a habitar mi alma para que nada más pueda quitarme la paz. Asume todos mis miedos y emociones para que pueda beber tranquilo en medio de sus aguas.

 

Fuente: parroquialatino – Diócesis de celaya