Jue. Abr 25th, 2024

Vivir la castidad no siempre es sencillo, por diversas razones. Una de ellas es que no siempre se tiene en claro qué implica la castidad, y en ocasiones se llega incluso a confundirla con la continencia.

Continencia: el centro en el resultado

A diferencia de la castidad, la continencia se centra en el resultado: la no realización de ciertos actos. No importa la actitud que uno asuma frente a ellos: lo importante es no hacerlos. Uno práctica la continencia por el solo hecho de evitar la realización de ciertos actos “prohibidos”. Estos actos “prohibidos” pueden ser ver pornografía, masturbarse, tener caricias excitantes con otras personas, tener relaciones sexuales, etcétera. Pero la actitud que uno asume para evitarlos es la represión. Es este sentido, pareciera que no debería importar si uno sabe o no por qué estas conductas le hacen mal: hay que evitarlas, y punto. Tampoco importa si la renuncia se hace de un modo tal que le genera a uno frustración.

Castidad: el centro en el proceso

A diferencia de la continencia, la castidad no mira sólo al resultado, sino y sobre todo al proceso. Al igual que la continencia, la castidad es un hábito, es decir, una cualidad estable que se va adquiriendo mediante la realización de ciertos actos. Para ser más precisos, es una virtud, es decir, un hábito bueno: un hábito que perfecciona al ser humano, para que obre mejor en el terreno del amor. La persona casta es aquella que se encuentra interiormente mejor dispuesta para amar. Para darse, la castidad requiere una ordenación interior: requiere ordenar los deseos y, ampliamente, todo el mundo afectivo hacia el amor. Amor entendido como la búsqueda del bien para la otra persona.

Por eso la castidad no se agota únicamente en el hecho de tener o no relaciones sexuales, o ver o no pornografía. Importa cómo uno se dispone interiormente a evitar dichos comportamientos. La represión propia de la continencia puede generar tristeza y frustración. La castidad, en cambio, está llamada a generar un clima de libertad.


Fuente: Catholic Link

Redacción: Natalia Monroy