La amiga polaca de san Juan Pablo II, víctima en un campo de concentración de los experimentos nazis abortistas, dijo: “Durante mi prisión en el campo de Ravensbrück veía a los nazis echar a recién nacidos en los hornos crematorios, y para toda la vida han quedado vivas en mis ojos estas imágenes desgarradoras. Por este motivo, me prometí a mí misma que, si sobrevivía a todo aquello, estudiaría y defendería la vida humana”. Hoy Wanda celebra su cumpleaños viendo el último ataque a la vida en su país.
Hace exactamente 99 años, el 2 de noviembre, nació en Polonia, en la ciudad de Lublin, una niña llamada Wanda Wojtasik (será más conocida en el mundo por el apellido de su marido, Poltawska). Su pacífica juventud fue interrumpida en 1939 cuando los ejércitos alemanes atacaron Polonia el 1 de septiembre y comenzó la Segunda Guerra Mundial.
Wanda, que asistió a la escuela secundaria y estaba a cargo de un grupo de scouts, decidió entrar en las estructuras clandestinas de la resistencia polaca. Lamentablemente, en febrero de 1941 fue descubierta, arrestada y encarcelada durante meses en la prisión de Lublin, y en septiembre de 1941 fue transportada, junto con otros polacos, al campo de concentración de Ravensbrück. Detrás de la puerta del campo dejó de ser una persona con nombre y apellido: se convirtió en la prisionera número 7709. Durante la guerra, fueron encarceladas en este campo 130.000 mujeres: de entre ellas 40.000 eran polacas y sólo 8.000 sobrevivieron.
Wanda, que no fue fusilada, sufrió un destino más cruel: se convirtió en “Kaninchen”, es decir, en una prisionera destinada a los “experimentos” del equipo médico de la cercana clínica de las SS dirigida por el doctor Gebhard. En resumen, se convirtió en un conejillo de indias humano. Los “experimentos médicos” le causaron un dolor terrible y estuvo a punto de volverse loca. Pero afortunadamente el campo fue liberado el 30 de abril de 1945 y Wanda se trasladó de Lublin a Cracovia después de la guerra. Pero el cambio de residencia no borró las pesadillas de la guerra y del encarcelamiento. Después de sus experiencias en el infierno nazi, se preguntó: ¿Quién es el hombre, si es capaz de cometer tales atrocidades? En aquellos años difíciles conoció a un hombre, un sacerdote que supo comprenderla y ayudarla: el padre Karol Wojtyla.
Y precisamente con el sacerdote Wojtyla también empezó a colaborar, sobre todo en la defensa de la vida y la familia. En la entrevista que me concedió en 2014, publicada en el libro “Junto a Juan Pablo II. Su amigos y colaboradores nos hablan de él” (Biblioteca de Autores Cristianos), explicaba este compromiso con la vida: “Durante mi prisión en el campo de Ravensbrück veía a los nazis echar a recién nacidos en los hornos crematorios, y para toda la vida han quedado vivas en mis ojos estas imágenes desgarradoras. Por este motivo, me prometí a mí misma que, si sobrevivía a todo aquello, estudiaría y defendería la vida humana. (…) En 1956, en la Polonia comunista fue puesta en marcha la ley del aborro. Yo, come médico, y él, como sacerdote, quedamos impresionados por esta decisión contra la vida. E iniciamos un trabajo común de oposición a esta ley”.
La sensibilidad de muchos polacos al tema de la defensa de la vida del recién nacido proviene, entre otras cosas, de una cierta “sabiduría histórica”. Los polacos saben que la Alemania nazi, que ocupó Polonia durante más de cinco años (1939-1945), introdujo inmediatamente el aborto. Adolf Hitler, en su búsqueda por crear una “raza superior”, pura y biológicamente poderosa, en 1933 legalizó la matanza de niños no nacidos que tenían o podían tener “defectos” al nacer. Hay que añadir que los “legisladores” nazis protegieron la vida de los niños alemanes sanos, luchando por el crecimiento demográfico de la Alemania nazi. En su lugar, después de la conquista de Polonia, los alemanes desarrollaron el “Plan Ost” (El Plan para el Este), un plan para exterminar a las naciones conquistadas de Europa del Este, recomendando el uso extensivo de la anticoncepción y la legalización del aborto en las naciones ocupadas.
Pero Hitler no fue el primero en introducir el aborto estatal: el primer país del mundo en legalizar el asesinato de niños concebidos fue la Unión Soviética. Después de la victoria de la revolución bolchevique, el 18 de noviembre de 1920 Lenin emitió una directiva para “exigir la abolición incondicional de todas las leyes que impiden los abortos artificiales”. ¿Resultado? Se estima que en 1928 el 41% de los embarazos terminaron en aborto y en 1934 ya el 72%. En esa época, las leyes de toda Europa protegían la vida humana.
Conociendo estos hechos se entiende que el aborto no es una “conquista” del Occidente democrático sino que fue introducido por dos sistemas totalitarios anticristianos: el comunismo y el nazismo. Lamentablemente, después de la Segunda Guerra Mundial, los regímenes de los países del bloque comunista siguieron el ejemplo de Moscú y legalizaron la “interrupción voluntaria del embarazo”. En los países de Europa occidental (así como en los Estados Unidos), el aborto sólo se legalizó a finales del decenio de 1960.
La doctora Poltawska conocía muy bien esta historia y sufrió viendo lo que está pasando en el mundo de hoy. “No tengo ninguna duda –decía- de que se trata de una política coordinada contra los valores cristianos, la familia y la ética médica. Además, incluso los propios valores del humanismo ya están siendo cuestionados. El arzobispo Hoser (obispo polaco, de profesión médico) dijo que la medicina se parece cada vez más a la medicina veterinaria. Esto es una consecuencia natural de la eliminación de la esfera del espíritu en la imagen del hombre. Tan pronto como sólo queda el cuerpo, la humanidad ‘se mueve’ al reino de los animales. Pero después de todo, el hombre no es sólo cuerpo, sino espíritu. Y ahora ya no se habla del espíritu”.
Lamentablemente, el aborto sigue extendiéndose por todo el mundo, presionando a las instituciones estatales e internacionales para que incluso lo reconozcan como un “derecho”. Por esta razón la doctora Poltawska escribió en las páginas del diario italiano L’Osservatore Romano un llamamiento, publicado el 15 de mayo de 2020, con motivo del centenario del nacimiento de Juan Pablo II (18 de mayo de 1920): “Si ahora queremos realmente honrar el centenario de su nacimiento (de Juan Pablo II) y su memoria, sólo veo un camino: convertir a las personas para que comprendan que todos los niños y todas las personas tienen derecho a la vida. El único Señor de la vida es el Creador que ama su creación. Estoy seguro de que una ley internacional que prohíba la matanza de niños no nacidos podría ser un ‘regalo’ de la humanidad para este gran hombre”.
Este “regalo” vino de Polonia donde el 22 de octubre, día de la memoria litúrgica de san Juan Pablo II, el Tribunal Constitucional polaco dictaminó que una ley que permite el aborto de fetos con defectos congénitos es inconstitucional. Los jueces establecieron que el derecho a la vida, protegido por la Constitución, se otorga al hombre en todas las etapas de su desarrollo, en las que tiene derecho a la protección de su dignidad humana, y por lo tanto también en el período prenatal. De esta manera el Tribunal ha sancionado la inconstitucionalidad del aborto eugenésico, que sólo será libre, legal y accesible en casos de incesto, violación y peligro para la vida y la salud de la madre. Fue una gran victoria para la cultura de la vida en una Europa ahora descristianizada. Lamentablemente, en el mundo actual hay fuerzas muy poderosas que no quieren permitir ninguna restricción al aborto, y estas fuerzas han desatado una vigorosa protesta en Polonia con un lema amenazador: “Esto es la guerra”. Según todas estas fuerzas, el veredicto del Tribunal Constitucional fue motivado y condicionado religiosamente por la supuesta presión de la Iglesia Católica. Por esta razón, aparte de los ataques a la sede del partido gobernante PIS, fueron precisamente las iglesias y los símbolos religiosos los que terminaron siendo atacados. El domingo 25 de octubre, los manifestantes perturbaron la celebración de las misas, atacaron a los fieles, untaron los edificios sagrados con inscripciones ofensivas y blasfemas. Los fieles tuvieron que organizarse para defender las iglesias y los monumentos sagrados de la profanación.
El día de su cumpleaños, la doctora Wanda vio desde la ventana de su casa en Cracovia a los manifestantes en la gran plaza de la ciudad con la inscripción: “El aborto está bien”. Y se enteró de que en Poznan y Varsovia los monumentos de Juan Pablo II habían sido profanados. Imaginamos que a la doctora víctima de la Alemania nazi, tampoco le agradó ver a la Vicepresidenta del Parlamento Alemán (el Bundestag), Claudia Roth, con el símbolo de la protesta en Polonia, un rayo y la inscripción: “Esto es la guerra”. Los alemanes ya trajeron una vez la guerra a Polonia al precio de 6 millones de muertos y fueron ellos los que introdujeron el aborto en Polonia. Ver a una alta figura política de esta nación dirigiéndose a los polacos con las palabras “Esto es la guerra” hace que uno se estremezca y se asuste.
Fuente: Brújula cotidiana
Nota enviada por la periodista Teresita González a webmaster