Vie. Oct 11th, 2024

Todos estos sacerdotes coinciden en que realizaron importantes grandes aportes a la ciencia en distintos momentos de la historia.

La historia de la ciencia está desde hace siglos repleta de aportaciones realizadas por católicos muy devotos, muchos de ellos sacerdotes, lo que mostraría una vez más que la Iglesia lejos de ser un estorbo para los avances científicos ha sido una parte activa y fundamental en ellos.

Sobre estas aportaciones ha dejado constancia Ignacio Del Villar Fernández, doctor ingeniero de telecomunicación por la Universidad Pública de Navarra, divulgador de temas científicos y su relación con la fe así como autor del libro Sacerdotes y científicos (Digital Reasons). Ignacio Villar, junto al arzobispo de Pamplona, presentando este libro. Este experto en temas científicos recuerda el papel de algunos de estos sacerdotes que en distintos siglos y en contextos muy diferentes realizaron aportaciones trascendentales en distintas disciplinas científicas. Algunos nombres son muy conocidos, aunque muchos no sabrán que eran religiosos, y otros no lo son tanto pero todo católico debería saber que eran personas religiosas que servían a un fin mayor. Estos son siete de ellos que recoge Ignacio Villar:

Nicolás Copérnico: el padre de la astronomía moderna

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Copérnico fue canónigo del cabildo de Frombork, sede del obispado de Warmia (un país que se sitúa en la actual Polonia). Existen indicios que apuntan a que pudo ser también sacerdote. Elaboró la teoría heliocéntrica, en la que los planetas y la Tierra giran alrededor del Sol y donde definió el movimiento de rotación y traslación de la Tierra.

Este personaje es especialmente interesante por dominar disciplinas muy variadas. Se licenció en Derecho Canónico por la Universidad de Ferrara (Italia) y también completó dos cursos de Medicina en Padua. Gracias a estos últimos estudios ejerció como médico de los diversos obispos que ocuparon la sede episcopal de Warmia. También llama la atención que se prestó a atender a uno de los consejeros de Prusia Ducal, un país luterano, lo que demuestra su amplitud de miras.

Pierre Gassendi, autor de la primera biografía del genio polaco, llegó incluso a afirmar que Nicolás Copérnico ejercía la medicina en beneficio de los pobres de la región y que lo hacía gratis. En el campo de la cartografía elaboró mapas de la región centro este de Europa en colaboración con los mejores cartógrafos de la época. En el campo de la diplomacia ocupó importantes y variados puestos de responsabilidad (administrador, canciller, comisionado), desempeñando una labor muy notable en la resolución de conflictos. Asimismo, en el terreno de la economía también redactó documentos sobre la moneda y la inflación.

Pero donde destacó especialmente es en la astronomía, donde elaboró la teoría heliocéntrica. Con un rudimentario observatorio y en condiciones climáticas muy adversas (la región donde vivía tiene pocos días en que el cielo está completamente despejado) calculó que la distancia de la Luna a la Tierra era de 60.3 veces el radio de la Tierra, cuando en realidad la media es de 60.43 (el cálculo del gran astrónomo Ptolomeo fue de 48). Los historiadores sitúan el modelo heliocéntrico de Copérnico como el evento que desencadenó la revolución científica, es decir, el surgimiento de la ciencia moderna.

Marin Mersenne: el padre de la comunidad científica

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Marin Mersenne, francés, fue monje de la congregación de los mínimos, entre los siglos XVI-XVII. Es famoso por los números primos de Mersenne, básicos para las matemáticas, sus investigaciones sobre la propagación del sonido (constató que el sonido se propaga a la misma velocidad independientemente de la fuente que lo origine o de la dirección en que se propague), y también por sus estudios de teoría musical (algunos le consideran el padre de la acústica).

Este religioso es igualmente representativo porque en el siglo XVI aún se funcionaba mucho con una mentalidad de gremios y secretos técnicos. Los países y los gremios profesionales no revelaban sus descubrimientos; pero eso empezó a cambiar con gente religiosa como Mersenne, que era amigo del filósofo y matemático René Descartes y compañero de estudio suyo en el colegio de los jesuitas de La Flêche.

Mersenne se escribía con científicos de diversos países y difundía entre ellos los descubrimientos que hacían. A su celda en su convento de París llegaban, a veces en persona, a veces por escrito, los mensajes e ideas de Roberval, Descartes, Gassendi y Pascal. Al principio, su grupo se llamó Academia Mersenne, si bien al incorporarse al grupo Dupuy pasó a llamarse Academia Parisiensis: ¡sabios de distintas disciplinas colaborando! Aquello llevaría en 1666 a que Colbert creara una institución científica oficial: la Academia de las Ciencias de Francia. Por eso se considera que Mersenne fue el creador del concepto de «comunidad científica»: sin secretismos nacionales o gremiales, trabajar por el avance de la ciencia, compartiendo descubrimientos.

Nicolás Steno: geólogo, anatomista, biomecánico… y beato

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El danés Nicolás Steno fue sacerdote y posteriormente obispo y vicario apostólico en los países nórdicos en el siglo XVII.

 Fue él quien enunció las cuatro leyes fundamentales de la estratigrafía y también descubrió el ductus Stenonianus, un conducto de la boca que parte de la glándula parótida. Fue el primer científico en observar el folículo ovárico. Además, elaboró un modelo para explicar el funcionamiento de la biomecánica de los músculos y fue también el primero en describir una malformación del corazón llamada tetralogía Fallot.

En tan solo diez años en que se dedicó de lleno a la investigación, se convirtió en figura esencial de tres ciencias. La primera de ellas es la geología. Mediante su obra “De Solido” se definen los fundamentos para poder entender cómo se han formado el terreno y su evolución a lo largo de años; ya no hacía falta recurrir a documentos históricos o a la Biblia para tener esta información. La segunda ciencia es la anatomía. Europa quedó maravillada con sus dotes en la disección, un arte a través del que desveló aspectos desconocidos del corazón, el cerebro y las glándulas. En un periódico parisino se decía de él: “Lo expone todo de una manera tan vívida que obliga a uno a convencerse, y solo queda preguntarse por qué se les ha escapado eso a todos los anatomistas anteriores”. La tercera ciencia es la biomecánica. Elaboró un modelo para el músculo que, 300 años después de su muerte, se demostró con métodos de cálculo numérico por ordenador que era correcto.

En la cima de su carrera se convirtió de luterano a católico y, aunque por un tiempo compaginó su nueva fe con las investigaciones, terminó por hacerse sacerdote y más adelante llegó a ser obispo, un puesto para el que tuvo que implicarse de lleno y que le llevó a convertirse en beato. En una carta, el jesuita Atanasio Kircher, considerado por algunos como el Leonardo Da Vinci del siglo XVII, le felicitaba a Steno por haber propiciado la conversión de un hombre alejado de la fe.

Ruđer Bošković: el abuelo de la teoría atómica

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Ruđer Bošković fue un jesuita del siglo XVIII de la República de Ragusa. Fue este religioso el que elaboró la primera teoría atómica con un cierto fundamento, la cual ha inspirado el descubrimiento de las leyes del electromagnetismo y la teoría de la relatividad.

Aunque sus escritos pertenecen a lo que se llama ciencia especulativa (no contaba con demasiadas pruebas que soportaran sus afirmaciones), lo cierto es que la teoría que elaboró en su libro Theoria Philosophiae Naturalis estimuló a grandes científicos que usaron su trabajo como referente: Volta, el inventor de la pila, Michael Faraday, padre del electromagnetismo y la electroquímica, y también el propio Albert Einstein se basó en él para intentar crear una teoría de campo unificada que uniera el campo eléctrico y el gravitatorio. Bošković también fue un excelente astrónomo: ideó un método geométrico para determinar el ecuador de un planeta en rotación a partir de tres observaciones de su superficie y la órbita de un planeta a partir de tres observaciones de su posición. Asimismo, sus aptitudes como ingeniero-arquitecto quedan patentes en cuanto a que diseñó un sistema para salvar la cúpula de la Basílica de San Pedro en Roma de su derrumbe.

René Just Haüy: el padre de la cristalografía

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René Just Haüy fue un sacerdote francés, canónigo de Notre Dame, de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Junto con Lavoisier y otros científicos definió el sistema métrico y descubrió la ley de racionalidad de índices.

A este sacerdote le tocó vivir en una época muy complicada en lo político, durante la que demostró una actitud propia de un santo. Perdió la pensión por negarse a jurar la Constitución que se aprobó en la Revolución francesa y además fue encarcelado por este motivo. Fue un milagro que no lo ejecutaran. Sus amigos mediaron para evitarlo, pero se negó a salir de la cárcel mientras no liberaran al resto de sacerdotes y prisioneros que compartían celda con él. Se jugó la vida, pues los demás sí fueron asesinados. También hizo lo posible por salvar al padre de la química, Antoine Lavoisier, que finalmente fue guillotinado.

En el terreno científico se convirtió en una autoridad merced a su gran obra de cuatro volúmenes, Traité de minéralogie. En esta obra, entre otras cosas, se produjo una conexión con el anteriormente citado Nicolás Steno, que definió una ley según la cual los cristales de cualquier especie química o mineral presentan un ángulo constante y característico de esa especie. Haüy, apoyado en esa ley, la amplió al observar que la relación entre los parámetros de todas las caras de un cristal sobre un mismo eje da siempre números racionales que pueden determinarse por tres números enteros. También elaboró una rigurosa clasificación de los minerales siguiendo un modelo en el que fijaba determinadas características geométricas y estudió diversas propiedades como la piroelectricidad de los minerales. Por todo esto es considerado como el padre de la cristalografía.

Gregor Mendel: el padre de la genética

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Este fraile agustino austriaco del siglo XIX definió las leyes fundamentales de la genética. Es famoso por establecer las leyes fundamentales de la genética, para cuya elaboración pasó 6 años haciendo experimentos. Solo para el caso de los guisantes estudió unas trescientas mil muestras, lo que le permitió obtener unas proporciones exactas a las que otros científicos no pudieron llegar por hacer unos estudios menos rigurosos.

Debido a lo novedoso de su hallazgo, los científicos de la época no apreciaron su labor y por eso se tardó 35 años en reconocer que había surgido una nueva ciencia, la genética. Curiosamente Mendel murió como una figura de reconocido prestigio en un campo completamente diferente, el de la meteorología, donde publicó varios trabajos que apuntaban hacia la posibilidad de predecir el tiempo de forma estadística. Mendel también fue un gran apicultor y estudió el cruce de razas de diversas regiones del mundo.

Llegó a ser abad del monasterio de Brno y a su funeral acudieron bastantes personas, entre ellas muchos de los pobres de los alrededores del monasterio, con quienes Mendel siempre se había comportado de forma amable y les había intentado ayudar.

Georges Lemaître: el creador de la teoría del Big Bang

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Este sacerdote belga y miembro de la fraternidad de Les amis de Jésus fue el creador, a comienzos del siglo XX, de la teoría del Big Bang, basada en la expansión del universo a partir de un punto, en contra de la idea establecida en su época de que el universo era estático.

Su aportación fue convencer al resto de científicos de que el universo se expande y tiene un origen, algo que le resultó muy complicado. Albert Einstein, en su primer encuentro con Lemaître le dijo que sus cálculos matemáticos eran buenos pero que su física era abominable. Sin embargo, con el tiempo se hicieron grandes amigos y Einstein reconoció la gran labor de su colega. Lemaître, por su lado, llegó a colaborar en proteger a Einstein del nazismo.

El resto de científicos, aunque también reticentes a reconocer que el universo tiene un origen porque esto evocaba a la Creación, con el tiempo se fueron convenciendo de esta realidad. Lemaître también fue un maestro del cálculo matemático y sus aportaciones sirvieron para saber más cosas acerca de los rayos cósmicos o de la concentración de materia en galaxias y nebulosas.

Debido a su humildad, su figura es menos reconocida de lo que debería. Por ejemplo, la ley de Hubble que explica la expansión del universo, se llamó así durante muchos años aun cuando Lemaître fue quien la enunció por primera vez. Pero el sacerdote belga no quiso reclamar la autoría y solo ahora, en el año 2018, la Internacional Astronomical Union ha decidido rebautizarla como ley de Hubble-Lemaître.

Lemaître también fue un hombre de intensa oración (todos los días celebraba Misa y dedicaba una hora a rezar) y también se preocupó por acercar a Dios a la comunidad china que vivía en Bélgica.ientíficos de distintas épocas que todo católico debería conocer

Fuente: evernote.com